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"La obra sólo es obra cuando se convierte en la intimidad abierta de alguien que la escribe y alguien que la lee, el espacio violentamente desplegado por el enfrentamiento mutuo del poder de decir y el poder de oír". Maurice Blanchot

1.11.15

Descarte

Hagamos de cuenta que esto no es un diario sino una historia de ciencia ficción. Armemos juntos otro escenario, más adelante, pongan ustedes la fecha que quieran. Año 8.040 de la era cristiana, por ejemplo. Observen conmigo la facilidad con la que podemos entrar en conversación los seres humanos del futuro. ¿Se dan cuenta? No hay transportes, no hay petróleo, no hay motores. Navegamos a vela otra vez y podemos circular por el mundo sin movilizar nuestros cuerpos. En 8.040 él existe y yo lo llamo aunque me niegue a hacerlo. El pensamiento apoyado sobre otro ser durante más de cinco minutos activa el diálogo inmediatamente.

—Qué.

—Uy. Perdón. Se marcó solo.

—Dale, ¿qué pasa?

—Nada. De verdad. Fue mi inconsciente.

No es fácil vivir en 8.040. Todo aparece como cercano y transparente. Los movimientos corporales son mínimos. Estamos sentados o parados en nuestros mundos mínimos, entre paredes de cemento, en casas individuales o edificios, y a la vez estamos con todos y nunca solos. No hay frontera entre lo público y lo privado. Todo es lo mismo en 8.040.

—¿Me vas a decir, o no?

—No.

—Entonces me voy.

—No. Pará. Te iba a preguntar si tenés ese libro que me decías el otro día.

En 8.040 estás obligado a mentir. La realidad es ficción y la ficción es lo real. La comunicación total hace insoportable la vida cotidiana. Compartimos cada micro movimiento que hacemos, cada pensamiento, cada deseo, incluso todo aquello que reprimimos. Pensar en otro lo hace presente a pesar nuestro. ¿Pero y si el otro no está dispuesto a hablar? Vivimos exponiendo cada fragmentos de nuestro deseo.

A la mañana vengo más temprano al microcentro, subo a esta oficina y marco su número desde el teléfono de línea. Él me atendería y yo no sabría qué decir. Tal vez volvería a mentirle. Probablemente le hablaría sobre un libro. Tal vez hasta creería que todo lo que me pasa lo está causando él, y olvidaría que en verdad en él se ensamblan todos los él que conocí; olvidaría que para poder decir, antes, hay que encontrar el hueco que da lugar a las palabras. Como la música del relato hay un ritmo que preexiste a las frases y escribir es, apenas, descubrir qué cantidad de sílabas componen ese orden. Escribir es saber cortar, pienso ahora. Eliminar lo que sobra. Esperar la palabra justa y el error que desarmonice la composición.

Uno puede hablar solo en el desierto, escribir monólogos, encerrarse entre las tapas de un diario íntimo. El árbol puede caer en el bosque sin que nadie presencie su declive, sin que se escuche el ruido que hace al desplomarse. Pero esas palabras no escuchadas tampoco pueden terminar de ser. Nunca terminan de decirse. Uno, en cambio, también puede callar.

Esperar.

Escribir es dispararle a lo que no puede ser hablado.

Más tarde leo lo que dejé escrito ayer, el párrafo anterior, e imagino a Tamara golpeando la mesa. ¿Tengo que borrar una vez más? Me gusta la idea del futuro, dejarme ir con la imaginación. Puedo pensar a Tamara ofuscándose aunque nunca la haya visto en ese estado. Seguramente su voz se engrose y su cara se transforme. Imagino su pelo más ondulado y una marca roja en su párpado derecho; las flores explotando en el balcón. Ya casi estamos en diciembre. Puedo ver las flores mientras tipeo. Las de ahora y las más pequeñas, apenas asomando en la ventisca de septiembre. Puedo ver su mano cayendo una vez más sobre la mesa, como tantas otras veces. Oír el eco del golpe. Perdí la trama —pienso. Esa mínima estampida en la mesa preanuncia que debo ir hacia atrás y retomar el dibujo del friso que se desarma en mis distracciones. Puedo ver un agujero en medio del tejido, quedó la marca del error abierta a nuestros ojos. ¿Podré arreglar ese detalle? ¿Podré coser a mano el agujero que aparece entre las hebras? Siempre quedará, de todas formas, algo del error expuesto en la superficie. Eso también es belleza.

antes