estaba leyendo y no me había dado cuenta de que sólo repetía palabras que estaban escritas en un epub y que mi boca iba traduciendo, en voz alta, del artefacto al aire, pasando el texto primero por mis ojos, y apenas un instante después por mis neuronas. estaba leyendo pero no entendía nada. y debe haber sido más de una página o dos, que le cedí a mi subconsciente para divagar, porque enseguida después, apenas caí en la cuenta del desvío, pude ver -como en super ocho- las escenas que había construido, con diálogos y escenarios recientes, de mis horas de vagar por Buenos Aires, sola. leía a Philip Dick. un libro que me enviaron por email. Una mirada a la oscuridad. hice memoria y recordé los piojos en los pulmones, la fobia del tipo, la voz del narrador, pero no pude encontrar el punto en que mi mente se desenganchó.
la palabra
la idea
la oración que le abrió la puerta al pensamiento que se coló, ocupando toda mi atención. reordené enseguida las circunstancias de lo acontecido en mi lectura. no había soñado o tenido un recuerdo completo sino apenas la visualización de un escenario sabatino, las luces de la avenida de los teatros, de los autos que venían o que se iban, blancas y rojas, y otras más, arriba, desde los carteles. ese era el escenario, el hecho en sí, para sí, de tomar unas fotos, yo, para no olvidar que en ese instante recordaba, y postear las fotos en las redes, después, como gritando acá estoy, por acá pasé, hoy, a la hora que dice mi muro que pasé, colgué las fotos que estás mirando. como un grito mudo, seco de voces y de fieras. en ese recuerdo empezaba a tejerse una historia. un diálogo que nunca existió, un encuentro fragmentario, que terminó en cuanto leí una frase que no entendí. ¿por donde voy? ¿qué está pasando? ¿de qué se trata todo esto? en ese momento me enteré: hacía una cosa y, sin querer, estaba haciendo otra.