Por
la mañana recuerdo un momento que podría escribir pero lo dejo correr; mi tamiz
de la palabra lo pasa por alto, veo irse al momento por el desagüe de los
hechos que mi conciencia jamás
podría retener.
*
Agrego
“Castagnet” y “Levrero” al diccionario de Word para evitar que esas palabras
vuelvan a ser señaladas como “palabras erróneas” cuando escribo. Termino de
hacerlo y releo lo que llevo escrito hasta ahora. La palabra “internet” sigue
auto-modificándose sin mi consentimiento. Insisto en escribir esa palabra con
minúscula. Sustantivo. Internet. Sos una cosa, inernet.
Mis
vacaciones familiares incluían a mi suegro y acaban de convertirse sin previo
aviso, seña, consulta, pregunta alguna, en doce días de vacaciones que en
breve incluirán a sus dos hermanas,
cuñados y sobrinos. #hola.
*
Puedo
ser más fuerte que mis emociones. Camino hasta el cerro debajo de la lluvia y
pienso en mis enojos como la transferencias del odio que siento por mis propios
límites. Lo twitteo. Me mojo con la garúa que se convierte en llovizna y cuando
estoy entrando en el último tramo ya es una lluvia copiosa. Avanzo hacia la
cima de todos modos. Más adelante me siento en una piedra y reparo en la imagen
de una topadora oxidada que se dibuja a pocos metros. Me gusta sentir la lluvia
en el cuerpo que se enfría. A mi derecha un caño de agua roto, un basural y una
pila de escombros. Puedo estar en el paraíso y también en el infierno. En la
libertad de mi mente o en la cárcel del matrimonio. Todo depende el encuadre
que me disponga a recortar la realidad y sus respectivas circunstancias.