mi mamá había cosido unas colchonetas para ir a las clases de gimnasia localizada que se daban en un comedor, cerca de la Plaza San Pantaleón. una era floreada y la otra verde. la verde era mía y la floreada de mi hermana. se plegaban como un acordeón y se ataban con un cordoncito, por el medio, para traerlas y llevarlas. adentro eran de gomaespuma y resultaban muy cómodas para hacer abdominales. íbamos los martes y jueves caminando esas doce cuadras de memoria. las mismas por las que los miércoles íbamos al coro de la iglesia, los sábados a aspirantas y los domingos a misa.

yo leía y leía esperando que lleguen las partes de los besos y las camas, cuando el hombre apoyaba las manos en las rodillas de la chica, por debajo de la mesa, levantándole la pollera. esperaba los encuentros, las respiraciones entrecortadas, las cartas y también las ya sabidas separaciones.
así me acerqué al amor las primeras veces. de la mano prohibida y lejana de los libros.