Después de una semana gris volvió a salir el sol. Después de comer, presencié el parto de dos novelas. Como un hombre, en silencio, casi temerosa, como un padre que tiene que ser fuerte trato de experimentar la presión social que experimentan los hombres. No quejarse, trabajar, llevar el dinero a casa y dejar que se dilapide en compras e impuestos y servicios. Sentí envidia de la más sana -si es que algo así existe- ante las lecturas de esos primeros capítulos que mencionaba. Me cuesta mucho limpiar mi escritura. Soy un fárrago con patas. Me duele pensarlo, pero es así. Pese a ello, con mi mochila y sin mis rezos, avanzo en la escritura de un diario empecinado que se reescribe y muere en la opacidad de mis neuras.
Pienso que la libertad es llegar a leer sólo aquello que dicta mi necesidad. Que algún día voy a ser una persona autónoma y feliz. Pero el deseo es ilusión. Estoy algo cansada de repetírmelo.