Esa misma noche él está adentro de la pecera, al alcance de la mano, pero imposible de agarrar. Tiene branquias, cola de colores y escamas finitas, casi imperceptibles. Esa cosa resbaladiza que recubre el cuerpo de los peces los hace también escurridizos. Se llama Vladimir y se mueve con agilidad de un punto al otro. Cuando ve a la nena de la casa, se topa con el borde de la pecera. Como si sus ojos fueran sopapas se queda tieso, mirándola. Ella se adelanta y lo espía entre las algas y las burbujas del respiradero. Apoya la nariz y la aplasta contra el vidrio para ver mejor. Después toca el agua, que está tibia, y piensa en la Corriente Cálida Del Niño. Quisiera tener branquias, llevárselo a nadar, arrancarlo de la pecera e irse con él a mar abierto.
La cara de los peces suele ser inexpresiva. Son sólo dos ojos y una boca grande, con dientes que se esconden en la lengua, bigotes y una justificada ausencia de párpados.
Pero este pez tiene algo extraño. Salta del agua y parece respirar. Por momentos nada como si volara, y eso llama la atención de la nena, que se deja deslumbrar. Lo mira y los ojos se le mojan. Lo sigue concentrada sin perderse los movimientos. Le clava la mirada y se pierde en él. Cuando quiere darse cuenta el aire ya está convirtiéndose en agua. Por todos lados rebalsa la pecera. Y el agua que sale se reproduce como un cántaro. Salen las algas y las piedritas del fondo. Sale el pez que no cae al piso porque flota. Todo el cuarto se inunda de repente, y el aire se desvanece en un suspiro. Ahora Vladimir nada entre los muebles, y la nena desnuda. Recorre el espacio ondulando el cuerpo, siente cosquillas cuando el pez la toca. Con la aleta, con la cola, con la lengua. Por su espalda, terminando en su cintura. Y aunque sabe que el mar es inmenso, y todavía, recorre el cuarto como si la inmensidad.
Pero el placer dura un respiro, y en un momento el aire se le acaba. Tiene que volver a inhalar para seguir, sacar la cabeza del agua que es un todo sin afuera.
Romper el vidrio de la ventana la dejaría sin el pez. Quedarse la dejaría sin vida, que de las dos cosas es la que menos le preocupa.