cuando cumplí diez años vivía en Lomas del Mirador.
mi tía tenía una casilla en el fondo de casa y su silloncito de hierro era el escenario donde me subía a cantar.
me había conseguido un micrófono, que era una cuchara sopera, y mi único objetivo en la vida, era, "ser grande".
la torta la hizo mi mamá, del tamaño de todos los invitados que venían.
enorme, me acuerdo, como para sesenta que seguramente después fueron menos.
enorme, me acuerdo, como para sesenta que seguramente después fueron menos.
tenía dulce de leche por donde la mires, y arriba de todo la coronaban mis manos.
cuando la vieja terminó de embadurnarla me hizo abrir los dedos y estamparme ahí para la foto.
después pusimos las velitas. una en cada uña.
todavía me acuerdo de ese día, de ese patio y de la mesa larga.
también hay una foto de los disfraces que hizo -uno por uno- mi mamá.
las nenas mujeres maravillas, los nenes corbatas de cartulina.
para entonces mi mamá era Dios,
la presidenta,
la jefa del salón de la justicia.
la atmósfera terminaba en mi medianera, y mi casa era el mundo entero.
cuando cumplí diez años, pensaba que era grande.