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"La obra sólo es obra cuando se convierte en la intimidad abierta de alguien que la escribe y alguien que la lee, el espacio violentamente desplegado por el enfrentamiento mutuo del poder de decir y el poder de oír". Maurice Blanchot

2.5.13

#encontrar un libro

los libros nos esperan. no recuerdo quién lo dijo. el problema es que recuerdo poco y mal. los días sin melancolía pienso en ese defecto como si pudiera ser una virtud. olvidar es construir de cero todo el tiempo. pienso también que soy más libre al olvidar. pero vuelvo a los libros, decía, a los libros que me esperan. aguardan en estantes, en anaqueles de librerías, en casa, sobre una mesa, en el banco del baño, sobre una estufa que no anda, algunos incluso pasan a la morgue de mis libros, un espacio en la biblioteca donde caen los que renuncié a leer, o a terminar de leer.
la biblia que está a mi izquierda, ahora, la miro mientras escribo, me esperó en la mesa de luz. lleva un par de años esperando, entre mis cosas. siempre algún compromiso, el trabajo, las nuevas autoras de esta generación, siempre alguna urgencia la sacó del centro de la escena. 
sin embrago una foto, hace un tiempo, unas conversaciones sobre Lacan que tuve con E. mi amiga me habló de Lacan y de Sarte y en esa misma conversación entró Simone, bella como en la foto que guardo en este blog. decía que E me contó de cuando todos se influenciaban y se escribían. a los pocos días caminé una noche hasta la Usina, un garage a unas cuadras de mi casa, clausurado y vuelto feria, antro cultural, espacio para presentaciones. Funes y Caro exponían ropa y libros artesanales. lo recuerdo como si hubiera sido ayer. es extraño, también, por qué algunas cosas, en apariencia intrascendentes, se recuerdan con tanto detalle, micro movimientos, aderezos de la cuestión. hacía frío, recuerdo, era una época en la que los anteojos se me solían empañar. me acerqué al tablón y manoseé los ejemplares, como hago siempre, el que iba a comprar y todos los demás. esa noche leía Mercedes Halfon, presentaba un libro de poesía. Blatt hablaba de ella, de su libro editado por Mancha de aceite, Hebilla de pasto. yo estaba en modo sensible, por decir algo, dos vasitos de vino tinto en sangre. esta biblia que no es una biblia, ahora está del otro lado. alguien la levantó y fue a parar más allá de mi computadora. ni siquiera sé quién fue. alguien la sacó del lugar que le asigné esta mañana, la tocó, miró los subrayados, y la dejó más allá, en mi escritorio. la biblia esta, decía, el libro que aquella noche terminé comprando, era un título desconocido para mí, de esa mina rara, desfasada, pensé, esa corrida de los cánones escribiendo sus memorias. Final de cuentas. ese es el libro que ahora miro, de nuevo, en el trabajo. ¿qué hacía un clásico de la literatura de género en la mesa de ese garage oscuro, entre músicos y escritores desconocidos, rodeado de libros nuevos, con olor a cemento de contacto? estaba viejo, desgajado, me cuenta Funes, y me muestra lo que es ahora. lo agarro un rato y lo miro con detenimiento. lo doy vuelta, no sé por qué lado hay que leerlo. está guillotinado, página por página, cosido a mano, encuadernado a nuevo. la tapa dura está forrada en tela, recorrida por un hilo, calada la tapa, gris, señalizando azarosamente una cinta roja alguna parte. el libro no tiene el título en la tapa, adentro enseguida se lee el nombre de la traductora, la editorial y el año de publicación: Ida Vitale, Editorial Sudamericana, 1972. no había nacido, pienso, y busco el título original, escrito en un francés que apena adivino: Tout compte fait. lo miro y las ideas se me escapan sin filtro previo. amás algo, escribo; deseás ⎯uso el término como un sinónimo⎯ y el deseo se extiende a los sentidos que rodean el objeto, a las palabras entre las letras, a los lugares que las separan. amás el espacio físico al que llegan las palabras, los oídos de los otros, el cerebro, donde se forman las imágenes acústicas, donde el sentido en su aspecto psíquico se conecta. pagué sólo sesenta pesos este libro, a la derecha del teclado de mi computadora, pagué, lo hojeé, lo apoyé en mi mesa de luz. y arriba otro libro, y cinco libros más, y así, hasta hace unos días, después de que pasaran meses, dos años o tres, hasta que al fin de nuevo lo agarrara, poniéndolo encima de los demás. no sabía que iba a gustarme leer este libro, que iba a hacerlo justo ahora, en estos días. no sabía por qué lo había condenado a esperar, ni que lo iba a leer alguna vez.



#reler

sólo actualizamos el pensamiento
que alguien tuvo antes
cuando los tiempos eran otros
leemos en un intenso refresh
que luego traducimos
sintetizando.
a esa condena está subsumido
el Siglo XXI.



antes