me despierto a las 6:50.
tengo el reloj de la tele programado a las 7:00, pero abro los ojos antes, sin ayuda, apenas mi cuerpo decide abandonar el tejido onírico de la noche que pasó. tengo sueño pero estoy despierta. me cuesta comenzar el día. sé que los pensamientos vuelteros de cada mañana seguirán ahí, construyendo pereza, dejadez, ideas de cansancio. pienso que ya sé el mecanismo de mi cabeza, que sólo tengo que ahuyentar esos perros y arrancar el jueves sin dubitaciones. pero en eso recuerdo el sueño. el sueño se me recuerda solo. no es un pensamiento que busco sino un rayo en el medio del campo que parte la tierra y se divisa a lo lejos. la trama del sueño cae. su sentido se desviste frente a mis ojos. tomo nota en un papel y ya tengo motivos suficientes para darme la ducha fría, rápida, de las mañanas, la ducha que tarda lo que la pava en hervir, y salgo entonces, con la toalla en la cabeza, a apagar la hornalla y poner azúcar en las tazas, para mis hijos. mientras me visto anoto una punta del sueño en mi bloc de papel. remonto el día, cambio a los chicos, tomo té, preparo sus mochilas. enseguida después me siento a desmembrar mi sueño. a medida que lo escribo lo recuerdo. eso ya lo sé porque se repite, siempre así. por eso avanzo sin dudar, y cuando todo está listo pongo la primera palabra sobre el doc.
hay un éxodo de mi barrio natal a otra parte. un gran salón, con un tinglado como techo, baldosas negras y blancas. podría ser un gimnasio, podría estar en Almagro, no lo sé. sabemos que estamos refugiados. cada situación en ese espacio es de lo más cotidiana. lazos de amistad, encuentros de amigas, cocina casera y esas cuestiones. ahora recuerdo la quinta. quizá el tinglado es una quinta, verde, con pileta. digámosle quinta con tinglado al lugar de nuestro refugio. pasamos la noche mezclados y por la mañana volvemos a nuestro barrio. van los hombres, dos o tres, y obviamente yo. voy a ver cómo quedó la casa, si estamos a salvo o qué. apenas asomamos a la calle central, que desemboca en la plaza, una especie de cañones avanza por Olleros en dirección a nosotros. más allá no hay personas. parece todo zona militar. el aire es gris, denso, y todavía hay explosiones. alguien grita que volvamos. se escuchan unos tiros y vemos que los cañones están cada vez más cerca. volvemos. todos esperan que les digamos que ya pueden retornar a sus hogares, pero apenas ven nuestras caras entienden la respuesta. yo le explico a mi grupo que todo empeoró. nos sentamos secos, angustiados, abatidos. llega mi prima de Cañuelas y se sienta a mi lado. me mira mal. sé que me mira como culpando a mi sector político. no me importa su mirada. mientras tengamos que estar acá vamos a tener que convivir. me pongo de pie y organizo algo. no puedo recordar qué organicé, pero al rato me estaba riendo, con la imagen atrás, en la cabeza, la imagen de las bombas y los cañones en la plaza. creo que me reía de felicidad, que en el sueño comprendía mi rol, que tenía que preservar a los otros y seguir adelante con una sonrisa.