se abrió la puerta.
entré.
entré.
todo el sol de la vereda desapareció cuando la hoja de metal volvió a juntarse con el marco.
-hola.
-hola.
nos dimos un beso en la mejilla.
me moría de vergüenza.
recuerdo su tono de voz.
olvidar no es algo que uno pueda proponerse.
se olvida lo intrascendente, por más que lo creamos importante.
se olvidan los datos, las informaciones.
pero hay días, hechos, personas, que aún obligándonos a dejar atrás se hacen presentes como la pura realidad, están ahí como el árbol de mi vereda, un ficus que nunca planté y que, sin embargo, una mañana apareció, como por arte de magia creció, alguien lo trajo, alguien lo vio enorme en su departamento y temió por él, lo bajó a la vereda y lo trasplantó. imagino al ficus apretado, sofocado, hacinado, asfixiado en una maceta pequeñísima, arrinconado en el único ambiente de una mujer, tal vez de un hombre, jóvenes los dos, que pocas veces recordaban su existencia. imagino la tierra seca, la mujer echando agua, el hombre abriendo una ventana. imagino sus ramas perdiendo turgencia, sus hojas mustias, su fotosíntesis velada, su verde amarronándose, el grito mudo de la naturaleza. un recuerdo es como un árbol que no plantaste en tu vereda y que irrumpe ahí, sin previo aviso, se hace visible desde entonces cada día, temprano, cuando salís, más tarde, cuando volvés. un recuerdo es una materialidad, un algo existente, un punto fijo, rojo, recurrente, el centro de un blanco, el medio al que tu mente apunta el dardo, aún las veces en que estás obligándote a olvidar.