Me
despiertan las zapatillas de mi suegro arrastrándose por el piso de la cabaña.
Sé que lo hace para que bajemos, porque no soporta esperar a que le sirva el desayuno.
En lugar de correr sin sentido, como todos estos días, me siento en la cama y
enciendo la computadora. Escribo lo que soñé. Mario Levrero habla con Mariano
Canal, el escritor de Revista Paco, desde una silla arrinconada en el ángulo que
forman dos paredes desconocidas. Yo, en la misma pieza, doblo ropa que aparece
dispersa y desordenada encima de todos los muebles. Acabo de llegar de una
reunión con Hernán Curubeto, ex compañero de una Agencia de Publicidad en la
que trabajé, que ahora vive en Brasil. En el sueño Curubeto se tomaba un café
conmigo y aprovechaba la oportunidad para invitarme a ver una obra de teatro
“intimista”. Yo sonreía y volvía a mis asuntos; entrar a esa pieza, ponerme a
doblar la ropa, guardarla adentro de los muebles. Desde esa sensación de haber
asistido a una “rara invitación” yo escuchaba el sermón que Mario Levrero le
hacía a Mariano. “Por qué estás así, hay que dejar atrás lo que pasó, acabás de
pelearte con tu novia”. Mario formulaba algunas frases con información extra para
que yo me enterara, o eso interpretaba yo, en el sueño. De alguna manera estaba
claro que Mario quería incluirme en su diálogo con Canal, buscaba meterme en la
conversación. Pero yo, de todos modos, me mantenía al margen escuchando en
silencio, con atención, doblando unos pantalones y unas remeras, armando pilas de
acuerdo a los lugares donde iba cada cosa; para enseguida después guardarlas, moverme
por la pieza frente a ellos, esforzarme en la tarea de nunca entrometerme.
Mariano dejaba entrever que no estaba seguro de dejar a su ex, que ella había
intentado leer sus correos, que él cambió la contraseña de su máquina.
Entonces, en el preciso momento en que Mario Levrero le decía a Canal que la
única voz que debería escuchar era la de su deseo, entraba a cuadro una chica
cuyo rostro me resultaba totalmente nuevo. Levrero, enfervorizado, se ponía de
pie y comenzaba a disertar en un plural que nos reunía a los cuatro, de alguna forma
tácita que me excitaba. El sueño concluía en la chica acercándose a la boca de
Canal, que finalmente la besaba. Yo venía el gesto detrás de la puerta de un
placard, muy cerca de Mario Levrero. Mientras miraba el beso y relojeaba la
expresión de Levrero, que hacía lo mismo, mi pensamiento divagaba en
posibilidades: “ahora me acerco y beso a Mario, eso dicta la voz de mi deseo”.
Pero en ese ingrato momento me desperté. Digo ingrato porque no sé qué hubiera
decidido hacer Levrero conmigo ahí adelante, mientras los otros se mataban a
besos de lengua, húmedos, abrazados. / No sé qué dictaba / la voz / de su
deseo.
*
Llueve
otra vez. Miro la lluvia desde la
ventana. Las gotas caen perpendiculares. ¿Se puede caer perpendicular? Miro el
piso mojado. Evidentemente se puede. El viento acuesta las gotas, pienso. La
lluvia cae perpendicular, de todas formas. Viene a mi mente una vez más aquella
frase de mi madre. “Dios escribe derecho con letras torcidas”.
*
“Dormir sin soñar se parece a estar
muerto”. Irrupciones. Mario Levrero.