Por Ariel Schettini
Terminé de leer el libro de los divanes rápidamente. Fue una lectura más veloz de lo que hubiera imaginado o de lo que hubiera querido, el tiempo se me pasó, como quien dice, volando. Como quería decir algo le mandé un mensaje a la autora. Acabo de recibirlo y terminé de leerlo. Por supuesto que me arrepentí en el instante en el que lo envié. Quise volver sobre mis palabras porque inmediatamente pensé que en esas palabras: “ya lo terminé” había un gesto de desprecio, no sobre el libro, sino sobre el género poesía, inadmisible. ¿Cuándo se termina de leer un libro de poesía? O mejor dicho: ¿quién tiene potestad sobre el tiempo en un libro de poesía? Porque ya sabemos quién lo tiene en la sesión. Esa, que no quiero nombrar, que puede decir: “lo dejamos acá”?”
Y por eso el tiempo es el gran tema del libro de Tamara.
El tiempo de la historia que dice que el psicoanálisis y sus personajes (la analista, Freud, el paciente, Lacan y el Analizante) están datados. El tiempo de la familia, el que está entre los padres que usan otras palabras para trauma, neurótica etc... O el de los hijos que ven en el análisis algo parecido a un dentista. Pero también están todos los otros tiempos. El tiempo de la sesión que la expulsa al bar a que termine la clínica y comience la crítica, es decir, la poesía.
“Salgo contenta de la sesión y me siento en el bar de enfrente y ahí sí, ahí si asocio libremente... “
Dice la poeta que sabe que la sesión es el territorio del no, de la negación. Pero también está el otro tiempo, el tiempo de las escrituras, de las generaciones, o por lo menos el de esa generación que no sabe si escribir y asociar libremente tienen algo que ver.
Es una cita. La poeta le pregunta a la analista muda si una cosa tiene que ver con la otra. O si asociar y escribir son actividades ciegas. ¿Tienen que ver? Me pongo en el lugar incómodo de un analista de este libro. Que es, por cierto el lugar en el que la poeta nos pone y se pone, en el lugar siempre ciego del que sabe que leer es una práctica analítica. Siempre. Pero eso no releva a la poeta de su propio lugar crítico. No hay sino que mirar el modo en el que usa el discurso de los otros, no como cita, sino para ponerlos en un lugar de cuestionamiento.
El lugar crítico del medio. Entre los machos y la política y los gays y los apolíticos que distribuye Roberto Jacobi en el bar “Moderno”. De modo que el libro de los divanes hace de ese mueble que viaja de oriente a occidente (como en los poemas de Goethe), un lugar de confluencias, de asociaciones. La crítica separa, porque en el origen de la palabra escrita está la idea de separar para tomar decisiones. Pero la paciente asocia, es decir reúne, junta, mezcla “libre” en una sesión tiempos, y espacios. ¿Y entonces, la poeta?
Sé perfectamente que el tema hay que analizarlo a partir de un título que sería “poesía terminable e interminable”.
Y es en ese trabajo, Análisis terminable e interminable, donde Freud responde al problema del tiempo del análisis. Freud nos confronta con su precursor: Empédocles. Allí las pulsiones se deciden en el sí y no de la filia y el neikós de Empédocles. La asociación que reúne y amalgama como la filia y el neikós que separa y disuelve como la crítica.
El libro de los Divanes de Tamara es asociación y crítica, es poesía y es novela, es la fantasía (el sueño diurno de la poeta, digamos) de decirlo todo en la poesía, el sueño (diurno) postromántico de decir esto. Cito:
Los límites de poema libro llamé cuando era joven a la posibilidad de escribir un libro que todo entero fuera de poemas. Y todo entero sin embargo contara algo.
Ya sé que acá podemos ir al todo, al libro que todo (Tacho) no es. Y a la poesía familiar de la neurótica que quiere “contar algo” como su existiera “la Novela de la poesía”. Límite infranqueable del discurso porque donde hay novela no hay poesía y viceversa.
Pero también podríamos decir que no hay poesía sin franquear los discursos y sin ese sueño o fantasía diurna, dice Freud, de que en la poesía, la poeta o la niña que juega, cree que por efecto del mundo autónomo que maneja, lo puede todo.
Puede ser paciente, poeta, crítica y novelista al mismo tiempo; porque está en el género que quizás no sea “todo”, pero que no puede renunciar a querer ser todo. Si no quisiera ser todo, no sería poesía.
Por eso El libro de los divanes de Tamara es historia datada del discurso más fechado, el de la memoria, el del trauma del ghettomuseificado en Alemania, y también es el del futuro: el discurso de los hijos, el de Facebook, de los que como Fogwill, dejan sus libros para el futuro. Pero también eso incluye ese otro discurso, el que hablamos cuando queremos poner nuestro inconsciente al desnudo y, como dice Freud, en el poeta y sus sueños diurnos, o como dice Tamara de sus poemas anteriores “da vergüenza”.
Me refiero también a esa forma de contar el análisis. Ese estilo tan argentino de decir lo que no nos animamos a decir sobre nosotros mismos y que ponemos en la voz del analista cuando decimos en un diálogo casual: “mi analista dice que….” Y ahí comienza una cosa que no sabemos bien qué es, ni de quién es esa palabra, porque si la dice mi analista, la digo yo o la parte de mí que no quiere decir yo... en el texto de Tamara dice: “lo que separa la habitación de la madre de la habitación de la hija...”
“Lo que le da vergüenza, decir lo que dijo que le da vergüenza…” es volver en el tiempo, la memoria que conserva la poesía. Y ese contar el análisis es como si le devolviera un espejo a una práctica que no por “datada” o juvenil, deja de ser menos maravillosa o maravillada. Porque el poema le da al psicoanálisis una posibilidad de decir lo que Freud no hubiera podido decir de otro modo.
El problema del poeta con su fantasía es que se la tomó en serio, como el niño el juego, dirá Freud, que siempre usa a la poesía como coartada para decirnos algo como: “miren a la verdad cuando habla”. La poeta, entonces. nos libera de la vergüenza del sueño diurno mediante la forma “estética” y entonces acá aparece un problema. Porque ¿qué sería para la literatura, es decir, “el libro de los divanes” de Tamara, qué momento es para la literatura que la poeta entonces nos dé como material, es decir para sacar de la esfera de la vida real, para jugar, la sesión analítica?
Mirá el material de análisis que nos trae, diría un analista, a la sesión. Pero un crítico de poesía entonces debería decir: ¿”El libro de los divanes”, entonces dice que el psicoanálisis, con sus protocolos, sus sesiones, y sus personajes “datados” es apenas un instante en la historia de la literatura? O que la literatura es la condición necesaria para que exista el psicoanálisis? O, si quieren que en las manos ensangrentadas del psicoanálisis, la literatura muere o aborta, sesión a sesión, por su propio efecto analítico.
Como sea, Tamara usa la sesión como material de la literatura, pero como material crítico. El poema en el que no sólo resuena el discurso de Freud o de Lacan sino también el de Juana Bignozzi, o José María Heredia, tanto como el otro discurso, el de lo que llama Tamara su “generación” su genos su ghetto, el de Margo Glanz, María Moreno, Roberto Jacobi o Arturo Carrera. Con esos discursos se arma esa fantasía romántica de los divanes.
Hablando de los prerrománticos Heredia “cuando acabará la novela para que empiece la realidad, dice la voz prerromántica” y la posromántica, la de Tamara la pasada por(la promiscuidad analítica de) los divanes dice lo contrario, dice que siempre hay otra novela que comienza porque es imposible salir del poema sin entrar a una crítica de sí mismo, del lenguaje de sí mismo y de los otros, de ese discurso enmarañado como la trama familiar del neurótico o e catch 22 de decir “no” de afirmar la negación, del libro de Tamara que une desde el comienzo de su escritura Poesía y crítica como si fueran casi parte de un mismo género. Cuando critica a Heredia, Dice:
“No lo convence la novela de la vida, quiere una realidad, pero cómo hacer, cómo hacer dos siglos después para que las alas del sueño levanten las pretensiones de la poesía”
Porque en los no, no sólo estaba la negación de Freud y la Verneinung de Lamborghini, también estaba la voz de Girondo y la de la gauchesca. Pero la poeta dejaba que la crítica hablara. Ahora, en este nuevo tiempo, en el que todas las voces se asocian y se separan, es decir, en el que la poesía es análisis y crítica, y que quiere ser novela y quiere todo, la poeta, quiere ser clara. Cito:
“Yo a esta altura de mi vida me siento obligada a ser clara”
De modo que podemos entender cuando pone la vergüenza de la poeta que se mira a sí misma en la voz de la analista, mira siempre de los dos lados, de ambos lados del mediterráneo, digamos.
Asesinato de la poesía, del poeta y de su fantasía, el libro de Tamara recorre esos espacios que ya eran los lugares letales de su “living” (porque el “living” el living de la vida, es el consultorio de la poesía) en ese living, todos tus muertos. El hermano muerto con la enfermedad que está en los genes en el genos de su generación, y los muertos del ghetto, reencontrados en un viaje que va de no sé qué pogrom al once o a la AMIA sin escalas, y todos esos muertos que están entre la novela familiar de la neurótica, o en la poesía unHeimlich, ominosa, de la psicótica.
Una línea que une el psicoanálisis, la terapia, con la militancia, Gaspar Campos, los 132 estudiantes mexicanos, es decir con todo lo “datado” lo que tiene puesto una fecha un tiempo. Eso que no tiene el inconsciente, digamos, tiempo… un lugar en la historia. Lo que pasaba en el bar Moderno que separa y guethifica (de una forma muy poco lacaniana), mujeres, hombres, gays, polítizados y apolíticos. Como si no supiéramos que en realidad lo que se separaba es otra cosa, ahora eso lo leeríamos en otra línea de lectura.
Que es el leitmotiv del libro (“leitmotiv” qué palabra “datada” diría la poeta convertida en una fechadora de los tiempos de caducidad de las palabras, de los saberes y de los lenguajes).
“Hay otra línea de lectura”. Hay otra posibilidad, otra analista, otra vida, otro living, otro tiempo. En ese sintagma “hay otra línea de lectura” veo una forma muy histórica de leer, una forma muy fechada de buscar la verdad en forma de versos, un modo muy agudo (quiero decir analítico, crítico) en el que se entiende la experiencia literaria. Se trata de buscar esa vía de escape por medio de la cual el lenguaje nos permite ser otra. Como para irse para asociarse libremente con esas “otras” que podemos ser y a las que nos puede llevar esa experiencia del pasado o de la memoria: el psicoanálisis. Ese saber que, visto desde ambos lados del mediterráneo, entre el oriente y occidente de los divanes, es apenas un instante móvil y desesperado en la historia de la poesía.
Cito: Para eso tuve que recurrir a la tercera persona como si en verdad los sueños de la otra, los pudiera descifrar Tamara.
Se trata entonces de una serie de tramas, de voces superpuestas que parece que van a confluir en un diván, pero no es un diván, porque es el diván de la paciente, pero también el de la poeta y sus fantasías, es el diván que usó antes María Moreno, es el diván de la poeta cuando se pone en la posición de la que analiza el discurso del otro, de la analista y la pone en un lugar crítico es el diván de divanes el de los mil espejos el de un discurso que no puede tener dueño, porque la palabra no puede tener ni propiedad ni privada y para probarlo voy a citar un verso, que es de Tamara, que aparece en el poema y que tiene tantas capas que no se sabe si es verso, si es análisis, si es poesía, si es el final de un discurso o el comienzo de la presentación de un libro que la poeta usa como sueño o resto diurno y que ahora le lleva a la analista y le dice:
Para mí el psicoanálisis todavía
Es la obligación que tengo
De escandir estos versos.
Lo dejamos acá (…)