Me compro un par de aros de esos grandes, colgantes, que te llegan casi a los hombros; todo de un metal color plata oscuro, con tres colgantitos en forma de pluma y tres mostacillas negras. Deben ser chinos, pienso, porque no pesan nada. Están engarzados con una cadenita que hace un ruido sencillo y dulce cuando camino. Estoy feliz con mi par de aros nuevos. Me los estreno para venir al trabajo. No espero una ocasión especial, para qué. Me recojo el cabello y no me pongo anillos ni collares para no opacar el protagonismo de mis aros. Todos notan que tengo "algo". Eso me dicen. Se ríen de mis aaccesorios raros cada día. No hoy, de este par de aros, enorme y puntual, se ríen en general, las chicas, los mozos, mi jefe, de mi ropa nada formal, de mis frases descolocadas, y de los gestos obscenos que fabrico en público cuando me enojo.
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Vuelvo a casa sin uno de mis aros. Me gustaría contar que lo perdí en una cita agitada, en una vuelta de montaña rusa o en una ocasión osada, peligrosa, pero no registro en qué momento de mi día sedentario de oficina lo perdí.
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Por la mañana decido ponerme el aro huerfanito. No me importa que se vea la ausencia de su compañero. ¿Por qué tengo que mostrarme equilibrada en aros? Subo a un bondi, hago un trámite, subo a un subte y por fin me siento. Un tipo ingresa al vagón con un piano, lo arma y ejecuta el Himno Nacional. No hay aire acondicionado, ni del otro. Una nena saca una factura de una bolsa. Veo el copete de dulce de leche que tiene encima. La nena come con ganas. Cuando el tren llega a la terminal dejo que el vagón se desocupe, no me muevo de mi lugar. La nena a mi lado, tampoco. Finalmente, cuando ya no quedan pasajeros, junto coraje, me pongo de pie y camino hacia la puerta. Cuando estoy bajando, por alguna razón que desconozco, escucho una voz que me llama. "Señora, señora". La nena me hace señas con el dedo sucio de dulce de leche, que después se lo chupa. El dedo indica algo brillante en el asiento. Estoy por decirle "¿a mí?", pero es obvio que me habla a mí, porque no queda otra persona en el vagón.
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Un aro brilla en el asiento. Un aro de color plata oscura y piedritas negras engarsadas por una cadenita que cuelga hacia abajo. No es completamente igual al aro que tengo puesto, pero ¿por qué habría de ser igual un par de aros que me guste usar?