cuando era chica dibujaba renglones. me despierto pensando en eso, viendo mi imagen, una de mis caras, pelo corto, remera lisa, blanco y negro, la mano arrojada sobre la mesa, los ojos en el papel y una regla debajo de los dedos de la otra mano. dibujaba los renglones en la hoja blanca que me daban en la escuela, o en mi casa, seguro, para que me sienta libre. yo miraba el espacio impoluto e indicaba previamente, por acá tengo que ir. armaba guías, recorridos autoimpuestos, intentos de que la letra tenga base. en la hoja, libre de renglones, las letras pueden volar, ¿a quién le importa? pero yo me hacía los barrotes, acostados, apretaba ligeramente el lápiz para que quedaran impresas las líneas gris clarito, similares a las de las hojas de carpeta. entre una línea y otra se amontonaban las letras en palabras, todas iguales, la "a" redonda, la "m" parejita. a veces evitaba la correspondiente coronación de las íes con su punto minúsculo en la parte superior, y en un acto de profunda incorrección, dibujaba un pequeño corazón, o enrulaba de más la ele mayúscula, al inicio de alguna oración. después, tiempo después, quise escribir sin renglones. lo intenté bastante tiempo. escribí ubicando la hoja apaisada, en diagonal, de cualquier forma. eran los primeros años de mi carrera universitaria. entonces, si la hoja que tenía para escribir venía con renglones, yo la usaba a mi antojo en otra dirección. guardo poemas chorreantes de bilis, de esa época, ensayos de cierta retórica robada, las frases más desconsoladas, y tristes. hay inviernos bajo cero en esos borradores, referencias concretas al paso de un camión por encima de mi cuerpo. ahora me dibujo de nuevo los renglones. dejé atrás aquellos años de soltura total. lo hago cada día. elijo hojas lisas, pero hago las rayas mentalmente. una debajo de la otra, con la mayor prolijidad de que soy capaz. las hago sin regla, o sí, mejor, con una sola regla. sé del error anticipado, de mi renglón fallido en la mitad, o a veces más arriba, más abajo. un renglón que puede no estar o tiene ondulaciones continuas, sobre las que mis letras resbalan, caen, se excitan. pienso si podría ser cualquiera ese renglón, uno al principio, uno al final, cualquier renglón sin identificar. pero en la mañana abro los ojos, me friego las lagañas entre los párpados, hago pis y abro la nueva hoja en blanco de ese día. me imagino el renglón sin forma ahí, justo ahí, siempre, la linea quebrada por la que van a caerse las palabras, como en la bajada más bruta de una montaña rusa.