No puedo describir la abundante caída del fluido rojo, caliente, rebosando de adjetivos, que desciende desde el cuello del útero hasta mi vagina. Porque los adjetivos no. Ni rojo, ni abundante, ni caliente. Todos sobran, me dicen los que saben. Adjetivos no. Avanzar con acciones.
Es que tal vez yo no pueda. Uno escribe lo que la vida le. Pero a veces no.
Yo no puedo accionar, avanzar haciendo, correr hasta su puerta y entrar a su vida para quedarme un rato. O todos. Por eso sólo adjetivo.
Soy menudencias.
Cuadro sin historia.
Pinceladas al pasar.
Puntillismo.
Exceso de detalles vanos.
Barroquismo ingenuo y ateo.
Soy como un capítulo de serie sin escaleta.
Fragmentos bien peinados.
Ráfagas de adjetivos huecos que no dicen nada.
Colores sin figura. Sin fondo.
Sobre la nada misma me muevo, patito en el agua, sin avanzar.
Sin verbos ni discursos.
Palabras sí, soy. Sueltas. Con el encanto del sonido y los colores de cada cual.
Sin más objetivo que mostrarse, oronda, mi palabra vaga, perfumada, al lado de otra no tan idéntica, que le queda bien. Palabras todas, vacías de sentido, adjetivadísimas hasta el empalagamiento. Redundancias. Repeticiones. Y qué. Si quiero avanzar en el empastamiento del adjetivo que no recorta y que no dice. Si pienso que aún cuando los verbos todos, ahí, no podemos contar, que las historias sólo puntos de vista, que los discursos sólo fracciones del decir.
Presa de la imposibilidad, ahogada por lo que quisiera, marcho envidiosa por abril, odiando a los que dicen amar y se abrazan, odiando a los que están de acuerdo y a los seguros. Desconfío de todos los que cuentan el cuentito.